Según los expertos,
la toxina que se usa para borrar las arrugas podría también aliviar los
síntomas de la depresión.
Muchas mujeres salen felices del consultorio después de
ponerse botox en la cara porque las líneas de expresión de la frente
desaparecen y se ven más jóvenes. A pesar de ese efecto instantáneo, hasta el
momento muy pocos habían asociado esa sustancia con la depresión. Pero en 2003,
Eric Finzi, un dermatólogo radicado en Washington,
Estados Unidos, sospechó que la toxina botulínica podría servir para tratar ese
mal, basado en los simples cambios de ánimo de estas pacientes. Para probar su
hipótesis, se embarcó en un estudio. Y en efecto, sus pacientes, incluso
algunos que habían tenido depresión severa durante muchos años, notaron un alivio
en sus síntomas.
Ahora el experto acaba de publicar el
libro The Face of Emotion: How Botox Affects Our Mood and Relations (La cara de
la emoción: cómo afecta el ‘botox’ al estado de ánimo y las relaciones) en el
que explica los alcances de esta sustancia en el tratamiento de dicho desorden
mental, que afecta a más de 120 millones de personas en el mundo.
La explicación más obvia es pensar que
el botox hace sentir bien a la gente, como Finzi creyó en un comienzo. En esa
lógica si una persona no frunce el ceño se ve mejor, por lo que resulta más
fácil que otros se le acerquen, lo cual a su vez la lleva a sentirse bien
consigo misma. No obstante, Finzi descartó de plano esta razón debido a que
algunos de los pacientes en el estudio que recibieron el botox no tenían marcas
ni arrugas visibles en el ceño.
Su explicación es mucho más compleja y
sugiere que los sentimientos no se producen de adentro hacia fuera. Es decir,
la gente no pone cara de tristeza porque se siente afligida sino al revés: es
esa expresión facial lo que la lleva a sentirse deprimida. “Nos sentimos
tristes porque lloramos”, dice el experto. Según la teoría de Finzi, que llama
hipótesis de la retroalimentación facial, las expresiones de la cara también
generan sentimientos. De esta forma, cuando alguien frunce el ceño, la
expresión típica de la ansiedad, el estrés y la tristeza, el cerebro recibe más
mensajes negativos que provocan una emoción similar. El botox, una toxina que
inmoviliza los músculos, impediría a la persona hacer ese gesto y con ello el
sentimiento de tristeza o angustia no tendría sustento y se diluiría.
Su hipótesis no es totalmente novedosa.
En el siglo XIX, Charles Darwin señaló en el libro The Expressions of the
Emotions in Man and Animals (La expresión de las emociones en el hombre y los
animales) que “la libre expresión superficial de una emoción la intensifica”.
Por esa misma época, el filósofo William James señaló que las expresiones
faciales no solo eran manifestaciones superficiales de la emoción sino vínculos
cruciales en los procesos neurológicos inconscientes que la crean. De esta
forma, “si usted sonríe en ese momento sentirá felicidad; si usted arruga la
frente su visión del mundo será más negativa”, dice Finzi en su libro.
Eva Rivo, una médica que se aplicó
botox a raíz de estos hallazgos, constató el efecto en sí misma. Cuenta que
varias semanas después estuvo expuesta a un evento triste, pero de alguna
manera no podía llorar. “Y como no podía hacerlo dejé de sentirme abatida. La
tristeza no estaba, como si al no poderse expresar se diluyera”, escribió en su
blog.
El año pasado, Finzi hizo un estudio
más grande con 84 pacientes. El grupo se dividió en dos y a uno se le aplicó
botox en el entrecejo, mientras que al otro se le inyectó un placebo. Al cabo
de seis semanas, el dermatólogo encontró que el 27 por ciento de quienes
recibieron la sustancia reportó un alivio total de los síntomas de la
depresión. En el grupo del placebo solo el 7 por ciento lo logró.
Otros científicos, como el psicólogo
Michael Lewis, de la Universidad de Cardiff, también han encontrado resultados
muy parecidos. En un experimento con 25 personas, observó que aquellas con
botox tenían menos síntomas de depresión a las dos semanas del tratamiento, que
quienes recibieron otro procedimiento cosmético para las arrugas de la frente.
Como en este caso ambos grupos tuvieron un tratamiento, “el resultado se debe a
los efectos de la toxina”, señaló Lewis en la reunión anual de la Sociedad
Británica de Psicología.
Los hallazgos anteriores son apenas
anecdóticos pues no han sido publicados en revistas científicas. Pero estos
trabajos inspiraron a Axel Wollmer, de la Universidad de Basilea, para realizar
un estudio más riguroso, publicado el año pasado en la revista Journal of
Psychiatric Research. La investigación mostró que los pacientes que recibieron
el tratamiento con botox tuvieron un 47 por ciento menos síntomas de depresión
que el grupo control, donde solo se vio un 9 por ciento de mejoría.
Algunos expertos creen que estos
resultados se deben al efecto placebo. Y aunque Wollmer es consciente de que
cualquier estudio puede estar contaminado por este efecto, en este caso cree
que “la gran mejora que se observó en los pacientes se debe a efectos
terapéuticos reales de la intervención, que involucra probablemente mecanismos
faciales de retroalimentación”, dijo a SEMANA.
Para el psiquiatra José Posada esta
nueva aplicación es, por decir lo menos, muy interesante, pero señala que estos
estudios deben replicarse ampliamente antes de que se pueda asegurar que el
botox sirve para este mal. Jorge Eduardo Aristizábal, cirujano plástico que
aplica botox, no cree que la sustancia interfiera en la química del cerebro
debido a que la dosis que se aplica es mínima. Por lo tanto debe haber otra
explicación para el resultado.
Lo curioso es que aunque la toxina se
usa para por lo menos 12 diferentes patologías como sudoración excesiva, mal de
Parkinson, migrañas y espasmos del cuello, entre otras, el uso cosmético es el
más conocido. Y el hecho de que se aplique solo por vanidad ha hecho que la
relevancia para el tratamiento de la depresión sea subvalorada en la comunidad
médica.
Finzi no resuelve en su libro el
interrogante de qué pasa cuando la cara queda sin expresión alguna, lo cual,
según sugieren algunos estudios, sucede con el botox. No tenerla hace que los
demás perciban estos rostros como poco agradables y confiables. El doctor
Aristizábal señala que si eso sucede es porque la sustancia fue mal aplicada,
pues la idea del botox no es borrar arrugas sino mejorar las líneas de
expresión. Relata que muchos hombres jóvenes van a su consultorio a tratar solo
el entrecejo porque lo fruncen por costumbre, lo que lleva a que los demás
crean que están bravos. “Después del tratamiento notan que tienen mayor empatía
porque acaban con esa expresión desagradable”, señaló a SEMANA. Advierte que
estos pacientes, cuando de verdad están bravos, pueden reflejarlo en su rostro.
A pesar de las críticas, muchos
expertos celebran este nuevo potencial uso de la toxina botulínica. “La
depresión es un círculo neural y si se interrumpe de alguna manera, se baja su
impacto”, dice Paul Ekman, un profesor de Psicología de la Universidad de
California.
Actualmente algunos antidepresivos no
surten efecto en algunos pacientes y en otros tienen efectos secundarios, como
disminución de la libido. En el caso del botox, tendría que aplicarse por lo
menos dos veces al año porque su acción se debilita con el tiempo. Pero lo
interesante es que se trataría de un tratamiento más seguro pues, como lo dice
Lewis, “el gran efecto secundario de un tratamiento para la depresión basado en
el ‘botox’ sería una cara más joven”.
-Revista
Semana, 23 de Marzo de 2013- Vida moderna
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Injector® y Juvederm Voluma®, en una sola técnica que busca una perfecta
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